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jueves, 3 de enero de 2013

Las personas no cambian, solo se equivocan y aprenden.


Siempre quise ser ese alguien indispensable en la vida de un hombre que supo destacar lo bueno y aprender a convivir con lo malo. Esa que sabe cuando es el momento de parar y hacer borrón y cuenta nueva,  o cuando es el momento de comerse el mundo sin importar nada, la que no necesita opiniones porque con lo que siente alcanza y también sobra.
En una noche de confesiones podría decir que nunca tome decisiones sin antes consultar con cualquiera que se haya cruzado en mi camino, que la mayoría de veces pienso en positivo y al final termina siendo todo al revés. Que cuando menos pienso, mejor pasa y que si yo me entiendo no necesito a otro que lo haga por mi. Que no sirve de nada estar arreglándote tres horas antes de salir si de cualquier manera vas a llamar su atención cuando menos lo pienses y tampoco lo creas necesario. Que cuando queres que pase algo, no va a pasar aunque lo desees con todas tus fuerzas sino cuando menos lo imagines; que la vida no  te da solo una, sino miles oportunidades para poder hacer las cosas mejor que antes.
También confieso que prefiero perder el orgullo antes que perder una lagrima por quedarme con la intriga, o perder miles de lagrimas pero sabiendo la verdad. Que cuando decido hacer algo, no hay nadie en el planeta  que pueda hacerme cambiar de opinión; que  cuando quiero lo hago sin esperar que  también me quieran a cambio y que cuando mas intente olvidar, menos voy a poder lograrlo.

-Nunca sabrás que me volaste la cabeza. No sabrás que sigo temblando si te pienso, que me subo en un par de tacones y no soy capaz de comerme el mundo si no estas mirándome desde la esquina de la barra.